Nunca supe bien qué fue lo que decidió que a mí se me confiase la puesta en escena de espectáculos para niños, dada mi notoria tendencia al drama en sus más truculentas expresiones...
Lo cierto es que en 1963 tuve oportunidad de llevar a escena la más famosa de las piezas de Alfonsina Storni escrita especialmente para el teatro infantil: “Blanco, negro, blanco”, que ella tomara de “El pierrot negro”, de Leopoldo Lugones.
Cuando se lo hicieron notar, Alfonsina se defendió diciendo: “No le he pedido permiso a Lugones, porque ignoro si él le pidió permiso a otro... Esta obra en verso es para teatro de niños y la destino a mis alumnos pequeños, que son los únicos que creen en mí como autora teatral. Ellos son los únicos, repito, que se adelantan a pedirme que les lea el acto que no he terminado y que, al salir del recreo, se van repitiendo en voz alta la estrofa que se les ha quedado bailando en el oído”.
“Blanco, negro, blanco” estaría destinada a “instalarse” en mi carrera teatral, tal vez porque a la melancolía subyacente en las estrofas de Alfonsina, a mi puesta en escena se sumaban los ecos de mi propia melancolía de chico solitario, que se pasaba las horas arriba de los árboles de la plaza Constitución, por temor a que al bajar al nivel del suelo me encontrase de nuevo con la realidad, que siempre me fue ajena.
El éxito de la versión de 1963 hizo que al año siguiente (en una nueva puesta en escena y con distinto elenco), se me pidiera reponer “Blanco, negro, blanco”. En esta oportunidad aparecieron a ofrecerse tres jóvenes recién egresados del Conservatorio Nacional, que de entrada me sorprendieron por su destreza, ductilidad y poco común histrionismo. Se trataba de Antonio Gasalla, Edda Díaz y Carlos Perciavale. Gasalla fue el Pierrot de la versión del '64 y la Díaz un duende travieso que bailaba la “Danza de las horas”, de “La gioconda”, de Ponchielli. Perciavale, siempre disperso, sólo intervino en una de las funciones, en el breve papel de un tintorero.
La crítica de Clarín calificó a esta versión del cuento de Alfonsina de “Bello y raro espectáculo, no aconsejable por su tristeza para ser visto por los más pequeños”. (Curioso “elogio” para algo que estaba primordialmente destinado al público infantil...).
Varios años después, en 1979, volví a montar “Blanco, negro, blanco”, pero como parte del repertorio del Teatro de la Universidad de Buenos Aires (de lo cual hablo en mi otro Blog, dedicado a la historia de ese Teatro, en el capítulo del martes 6 de abril titulado “Alfonsina, el TUBA y los ochocientos niños del Delta”).
Fue también en 1964 cuando conocí al inefable Cátulo Castillo, que escapándose por un rato de su entorno tanguero se avino a escribir una fábula para chicos titulada “La palabra del diablo”, con música de Héctor Stamponi y en cuyo coro final participó Enrique Dumas. Fue un espectáculo espléndido, encantador, mágico...y me significó trabar una amistad entrañable con el tierno Catulito, hasta su muerte en 1975.
Unos años después, en 1966, formando ya parte de las huestes de Nuevo Teatro, la Boero y Asquini me confiaron la dirección de “María se porta mal”, la comedia “a modo de zarzuela” que Enrique Wernicke había dedicado a su hija María (con la cual, curiosamente, intercambié algunos mensajes de correo electrónico estando yo radicado definitivamente en Mar del Plata, a comienzos de 2010).
“María se porta mal” se dió en la Sala Suipacha de Nuevo Teatro y estuvo un año entero en cartel, con un decorado de Beatriz Grosso que era “casi de verdad”.
El recuerdo se torna doloroso al hablar de “María” porque uno de sus protagonistas era mi querido “Chucho” Alcalde, que murió en un accidente automovilístico en la década del ochenta y otro Carlos Alberto Gaud, cuyo nombre (y nada más que eso) figura en la lista de desaparecidos de la Conadep.
A continuación y en el siguiente orden, las fotografías que han quedado de mi paso (breve por cierto), por la disciplina de montar espectáculos para niños: Foto 1) “Blanco, negro, blanco” (versión 1963); Fotos 2 y 3): “Blanco, negro, blanco”, versión 1964; Fotos 4 y 5) “La palabra del diablo” (1964) y finalmente “María se porta mal” (1966), con Carlos Alberto Gaud y Norma Merlo
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