viernes, 26 de agosto de 2011

"LA ARIALDA": MI APORTE DEFINITIVO COMO DIRECTOR TEATRAL

Giovanni Testori, nacido en Milán en 1923 y fallecido en 1993 en esa misma ciudad, fue un novelista, dramaturgo, historiador y crítico literario, cuya obra fundamental para la escena: “La Arialda”, generó un escándalo de proporciones al ser dada a conocer en 1960 por la compañía de Luchino Visconti, que integraban Rina Morelli, Paolo Stoppa, Umberto Orsini y Puppela Maggio.
La censura milanesa prohibió el espectáculo al día siguiente de la noche de estreno, que Visconti y su compañía pasaron en vela, en un calabozo, acusados de obcenidad pública.
El 25 de febrero de 1960 el Corriere Lombardo publiccó “in extenso” la orden de secuestro, que enumeraba todas las situaciones morbosas, eróticas, pornográficas e inmorales de una obra dominada exclusiva y “patológicamente” por “el vientre y el sexo”, anatematizada como “una expresion sintomática de la homosexualidad que atañe mas a la medicina que al arte”.
El escándalo pronto se extendió por todo el país, por lo que Giulio Andreotti se decidió a intervenir y lamentar publicamente “las repercusiones nefastas del espectáculo en todo el teatro italiano”.
Una serie de cuentos agrupados bajo el título de “El puente de la Ghisolfa” le habían permitido a Testori vincularse (incluso afectivamente) con el siempre discutido y combatido Visconti. De ellos surgió el guión definitivo de “Rocco y sus hermanos”, probablemente el film en el que se refleja con mayor realismo y crudeza la lucha de clases entre los italianos del sur y del norte.
En los comienzos de 1968, “La Arialda” me fue confiada para su estreno en Buenos Aires por productores que la habían visto en el Teatro Eliseo de Roma, cuando un tiempo despues del escándalo de Milan, la prohibición fue levantada.
Debo confesar que la noche que me dieron el libreto de la traducción no pude pegar un ojo. Llegué a sentir una mezcla agobiante de miedo, asco, repulsión y unas ganas a duras penas contenidas de vomitar.
Pero en el elenco profesional que estos productores habían reunido, entre unas cuantas figuras televisivas en auge en aquel momento (Osvaldo Brandi, Claudio Garcia Satur, Arnaldo André, Norma Lopez Monet, etc.), estaba Dora Ferreiro, una actriz eternamente desaprovechada y a la que adoraba desde mi niñez, cuando la escuchaba en el Teatro Palmolive del Aire de Radio El Mundo.
Dora Ferreiro debía asumir el absorbente rol de Arialda, especie de furia vengadora en medio de un numerosísimo lumpen de homosexuales, delincuentes y proxenetas, que una obra con ritmo cinematográfico desparramaba sobre el decorado sin alma de unos arrabales de bruma y neón.
Cuando nos reunimos por primera vez para iniciar los ensayos Dora Ferreiro y yo, en un estudio del viejo Canal 9 de Palarmo Chico, lo primero que me pregunto fue: “Usted cree que yo puedo hacerlo, Ariel...?”.
Vaya que lo hizo...!!! Fue el triunfo mayor de su larga carrera...!!!
Los ensayos de “La Arialda” fueron lo más parecido a una batalla campal a la salida de un partido de fútbol, entre hinchas de dos cuadros rivales. No había otra forma de dirigir esa obra que no fuera a los golpes, a los gritos y a las patadas. Sobre los días finales antes del estreno, la Ferreiro me encaró con sus brazos en jarra (pensé que se me venia encima para atacarme) y con toda la firmeza de su voz de mujer de temple me dijo: “Esto es lo que yo necesitaba. Ahora sé que voy a poder hacerlo”.
Cómo explicar aquí, a 43 años de distancia, lo que fue aquel estreno de “La Arialda” y todas las sucesivas funciones a lo largo de cinco meses...?. Lo digo de golpe: El éxito FUE COLOSAL; LAS CRITICAS FUERON EXTRAORDINARIAS; LA OBRA NO PRODUJO RECHAZO SINO QUE, POR EL CONTRARIO, EMOCIONO Y SACUDIO HASTA EL DELIRIO A CRITICOS Y ESPECTADORES POR IGUAL.
Transcribo aquí una mínima parte de lo que algunos críticos (por lo general parcos en exceso), se animaron por una vez a confesar: “Varios ensayistas italianos han comparado a La Arialda con la Electra griega. Al hacerlo no estuvieron desacertados. A ambas las impulsa la venganza y se valen del hermano para que sirva de instrumento de sus designios punitivos. Electra, por su lado, actúa por cariño y reverencia a la memoria de su padre, en tanto que Arialda lo hace en defensa de su derecho al amor y a la plenitud de una vida que se le presenta estéril, desprovista de sentido por miserable. Todos los personajes del drama rinden su cuota de tributo al sentimiento amoroso, pero tarde o temprano caen derrotados. El hondo pesimismo de la obra se ve asistido de fuerte voltaje dramático y la figura de la protagonista adquiere una estatura extraordinaria. El conjunto de personajes se asemeja a un poema sinfónico, en el que los leit motiv conductores -el amor, la desdicha, la muerte-, fundieran los tiempos de su lenguaje musical en un crescendo que se resuelve finalmente en un gran acorde, que estalla en medio de la más desolada desesperanza. Obra en extremo difícil de ser llevada a escena, La Arialda ha encontrado en el jóven director Ariel Quiroga a un traductor excepcional. Quiroga se recrea particularmente en el tratamiento plástico de las figuras y en el sugerente claroscuro de los climas de cada una de las numerosísimas escenas. En cuanto a Dora Ferreiro, hay que decir que es el suyo un trabajo de gran aliento, cumplido sin vacilaciones y con caudaloso rendimiento”.
“La Arialda arroja sobre la escena incontenibles caudales de humanidad, de vida intensamente vivida, de vivencias que comprometen a todo el ser, como pedía Ortega. Un vivir entero y definitivo, del cual no podemos ni debemos separarnos, que nos ahoga y nos levanta, que nos pierde en la oscuridad y nos enceguece por deslumbramiento. Un vivir que muestra sin ocultamientos toda su grandeza y su miseria: el bello amor adolescente, la pasión homosexual, el tremendo estar aquí de los muertos y el no estar aquí de los vivos, la ínfima avaricia, la lujuria grotesca, el no perdonar, el darse por vencido, el entregarse a las manos del destino, el luchar contra él hasta la muerte, con toda nuestra fuerza o con todo nuestro llanto. Todo esto y mucho más nos llega casi sin medida en la admirable obra de Testori. Esto fue el teatro, es aún el teatro y debería seguir siendo el teatro. Un trabajo realmente notable cumple Dora Ferreiro en el papel de Arialda. Sorprende su fuerza, mantenida hasta el último instante; su verdad creciente, su decir sensible, profundo; su gesto ampuloso pero adecuado; las transiciones abruptas, los tonos no comunes. Todo, en una palabra, lo que ha puesto para que Arialda viva y muera, hacen de su trabajo un testimonio excepcional. En cuanto a Ariel Quiroga, creemos que su labor “inaugura” una nueva era en el arte de la dirección teatral y que a lo largo del tiempo por venir, este trabajo suyo al servicio del texto de Giovanni Testori seguirá siendo lo que ahora ya es: un solido, alto y aleccionador punto de referencia.”.
Concluyo de transcribir estos conceptos, que no fueron los únicos: toda la critica en general considero mi puesta de La Arialda como algo DEFINITIVO...y no puedo evitar que algunas lágrimas me rueden por las mejillas rugosas de mis 71 años. Porque al igual que Visconti (en algo teniamos que parecernos, a fuerza de YO querer ser EL), fui muchas veces negado, hostigado, desplazado, humillado. Y todo por que...? Por no aceptar lo que en el “ambiente artistico” se considera que deben ser “las reglas del juego”, el juego ilusorio de las apariencias...
Pero hice alguna vez La Arialda... y en el año en que en el Odeón se estrenó “El precio”, de Arthur Miller o “Viet Rock”, de Megan Therry en el Payró... mi puesta de La Arialda fue considerada EL MEJOR ESPECTACULO DEL AÑO.

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