sábado, 27 de agosto de 2011

LA CONSTRUCCION DEL "NUEVO TEATRO APOLO": UNA DEUDA CON LA MEMORIA

El viejo Teatro Apolo de la calle Corrientes y Montivideo databa del año 1892. Allí habían actuado durante décadas los Podestá y luego las mayores figuras de la escena nacional, como Narciso Ibáñez Menta, Paulina Singerman, Delia Garcés, Enrique Serrano, Gloria Guzmán, etc.
En 1959 el edificio original fue demolido y en su lugar se construyó una gigantesca mole destinada a oficinas y galería comercial, déjandose el espacio para que se pudiese construir otro teatro, de acuerdo a una ley que rara vez se cumple, que dispone que cuando un teatro es demolido debe ser levantado otro en su lugar.
Pasaron casi diez años para que ese enorme espacio vacío se empezase a llenar. Lola Membrives, Luis Sandrini, Ana María Campoy y José Cibrián habían intentado en vano reunir los fondos como para afrontar la construcción de la nueva sala y fue entonces cuando Nuevo Teatro (que pasaba una vez en su historia por un buen momento económico debido al éxito de “Raíces”, de Wesker), decidió largarse a la aventura de comprar el “hueco en el cemento” para erigir allí “la primera gran sala de un teatro independiente en la calle Corrientes”. (En realidad la primera había sido la del Teatro del Pueblo de Leónidas Barletta, muchos años atrás, en el sitio que luego ocupó el Teatro San Martín).
Fue una tarde de 1965, en la que ensayábamos escenas de “El diablo y Dios”, de Sartre, en las catacumbas de la sala de Suipacha y Paraguay (en la que Nuevo Teatro se había instalado al ser desalojado de su primer local, en Corrientes 2120) que aparecieron Alterio y Asquini y sin mayores explicaciones, nos arriaron a una treintena de jóvenes de la nueva camada (entre los que yo me encontraba), rumbo a la calle Corrientes,s “a conocer el Apolo”.
Cuando finalmente llegamos al moderno edificio de galerías, tras correr un pesado portón de madera (característico de las obras en construcción), apareció “el Apolo”: un inmenso, prolongado espacio vacío, con las paredes de cemento en crudo y sin el menor indicio de que eso pudiera alguna vez llegar a ser una sala teatral.
De ahí en más debieron pasar dos largos años de trabajos a destajo, en la que unos cien jóvenes (y algunos no tan jóvenes) aprendimos sobre la marcha todos los oficios propios de la construcción: doblamos chapas, apilamos ladrillos, erigimos andamios con pesados tablones, pintamos los barrales de los futuros puentes de luces, a quince metros de altura, acarreamos tachos de cemento de un lado para otro, instalamos artefactos lumínicos, pusimos butacas sobre una bandeja en declive que sería el piso de la futura sala, clavamos alfombras, tapizados, paneles acústicos...
Casi a fines de 1966 la sala del que daría en llamarse “Nuevo Teatro Apolo” estaba lista para ser inaugurada. Cuando se izó por primera vez el telón gris de felpa de la embocadura (lo recuerdo como si lo estuviera viviendo en este mismo momento, 45 años después), nos brotó a todos espontáneamente el entonar las estrofas del Himno Nacional.
Hasta 1971 Nuevo Teatro como institución y quienes lo integrábamos, disfrutamos de hacer teatro de compromiso social en pleno centro de activ idades de la escena comercial, hasta que un buen día las deudas no canceladas obligaron a ofrecerlo por monedas al mejor postor. Hasta el mismísimo Fondo “Nacional” de las Artes llegó a poner en la puerta de la sala una infamante bandera de remate.
La sala pasó a manos de los empresarios de la cadena de cines de la letra “L” y fue rebautizada como Cine-Teatro Lorange, hasta que en 2009 fue nuevamente vendida y los nuevos dueños decidieron reinaugurarla con su primitivo nombre de “Apolo”.
De aquellos heroicos actores-obreros que habían rellenado con sus propias manos el “hueco en el cemento” que apareció una tarde de 1965, cuando Alterio y Asquini descorrieron la mampara de tablones que lo ocultaba, nadie, ABSOLUTAMENTE NADIE, volvió a acordarse.
En un país con tantas heridas abiertas por el cúmulo de heroísmos sepultados en el olvido, aquella epopeya de los más de cien jóvenes que participamos de la construcción del Nuevo Teatro Apolo, en los años finales de la década del sesenta, es una más de las tantas deudas con la Memoria que alguien, alguna vez, debería saldar.
Las dos fotos que siguen muestran: un alto en la construcción, con nosotros sobre las pilas de materiales, la primera y la segunda el aspecto del escenario y la sala ya terminados, en pleno funcionamiento.

1 comentario:

  1. Hola Ariel, muy buenas las fotos! Tuve la oportunidad de estar en la reinauguración del actual Apolo, y pasaron un video de la historia del teatro, en el que aparecen Alterio y Pedro Asquini como parte fundamental en la inauguración de 1965.

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