jueves, 25 de agosto de 2011

"MAGIA ROJA": EL HORROR Y LA PIEDAD

Adhémar Adolphe Louis Martens (alias Michel de Ghelderode), nacido en Bélgica en 1898 y fallecido en 1962, fue un dramaturgo de vanguardia que escribíó numerosas obras en francés.
Le tocó pasar su infancia en el Instituto de San Luis, un órgano religioso de Bruselas, donde a fuerza de sufrir terrores y vejámenes terminó perdiendo su fe en Dios, manteniendo en cambio una absoluta creencia en el poder del mal.
De su educación religiosa recordará los aspectos rituales y mágicos, se podría decir teatrales, que alimentarán su obra y lo fascinarán. Los fastos de la ópera, el carácter popular de las ferias de carnaval, serán, junto a la historia, sus fuentes de inspiración .
Todos sus dramas tratan sobre los límites de la experiencia humana, desde la degradación y la muerte hasta la exaltación religiosa.
Se le preguntó una vez: “Es que usted se atrevería a hacer bailar a Cristo sobre un escenario...?
“Por qué no...? -respondió Ghelderode-, si sufrió como un ser humano cualquiera, también pudo haber experimentado la alegría”.
En el verano de 1968 comencé los ensayos de “Magia roja”, una obra “maldita” que nadie hasta ese momento se había atrevido a estrenar en Buenos Aires. “Magia roja” es, estoy seguro, la obra teatral más parecida a una catedral gótica y al mismo tiempo a una manada de cerdos revolcándose en su estercolero.
Ni siquiera Marlowe o Kidd; ni siquiera Shakespeare en “Titus Andrónicus”, llegaron a pergeñar un texto tan maligno y a la vez tan sublime; tan nauseabundo y a la vez tan piadoso.
La acción de “Magia roja” transcurre en el medioevo flamenco, en un caserón levantado sobre los terrenos de un cementerio, al borde del camino que baja hacia Brujas, con carromatos atestados de cadáveres putrefactos, carcomidos por la peste.
Los personajes son: el anciano avaro dueño de casa; su ladina y jóven esposa; un mendigo vagabundo y un fraile que se flatulea constantemente. Llega al lugar un caballero armado que promete al avaro enseñarle la fabricación del oro y concederle la inmortalidad y que termina participando de una orgía en los sótanos con la mujer, el fraile y el mendigo, todos borrachos como cubas, en un acto de desenfreno como sólo en las macumbas brasileñas puede darse.
Al final se asesinan a cuchilladas unos a los otros y el avaro es perseguido por el pueblo entero, que terminará masacrándolo por haber pretendido engañarlo, repartiendo monedas de oro falso.
La imagen de la escena final, la del mugriento anciano burlado en su codicia, que enarbola una gigantesca cruz al tiempo que vocifera: “No podéis matarme...es que acaso no sabéis que soy inmortal...?”, es la de todos los miserables de la tierra que apuestan a la acumulación de riqueza para pretender sentirse dueños de la Eternidad.
Ghelderode nos lleva a Cristo por el camino de la piedad, pero antes hubo que asistir a un espectáculo con olor a carroña y estertores de lujuria demoníaca, como el infernal banquete de “La Orestíada”.
“Magia roja” fue un desafío a todo o nada para quienes la hicimos (tuve uno de los elencos más disciplinados de que guardo memoria). Las críticas fueron del elogio desmesurado a la abominación más insultante. El ambiente teatral en pleno se volcó a curiosear qué habíamos hecho con “Magia roja” y no salieron defraudados, porque lo habíamos hecho TODO, hasta lo más asqueante del acto de masturbación del viejo avaro, refregándose el entrepiernas contra una enorme cruz de madera.
El público...? Desapareció horrorizado de las butacas y apenas si se pudieron concretar tres meses de funciones, a sala raleada desde luego.
Insisto con algo que repetiré a menudo en los capítulos de este Blog: Guay de los jóvenes teatristas que no se atrevan a experimentar y jugarse por entero, les cueste lo que les cueste...!!!

1 comentario:

  1. ME GUSTARÍA TENER UNA COPIA DE ESE TEXTO. HACE TIEMPO LO LEÍ Y QUEDÉ CON GANAS DE PONERLO EN ESCENA. CREO QUE EL TIEMPO HA LLEGADO. ¿ME LO FACILITAS?

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