En 1957, con apenas 17 años, ingresé a un elenco ya por entonces de ilustre trayectoria: “Los pies descalzos”, que dirigía un hombre tan talentoso como arbitrario: Francisco Silva. Lo que dejaba atrás eran varios años de experiencias, buenas y malas, en algunos elencos vocacionales de barrio. O sea: llegaba a "Los pies descalzos", a comenzar mi derrotero en el teatro...prácticamente con la misma desnudez con la que Francisquito de Asís había ido en pos de su derrotero de vida.
A las órdenes de Francisco Silva actué en "Cecilia, o La escuela de los padres", de Jean Anouilh (haciendo un espadachín que no hablaba); "Las cuatro verdades", de Marcel Aymé (donde logré críticas "consagratorias" con mi plomero Viramblin) y "La dama no es para la hoguera", de Christopher Fry en traducción de Leon Felipe, donde hacía (a los 18)de un capellán de más de 80 años que tocaba la viola.
Sin haber conocido más que por referencias el estilo de dirección de Max Reinhardt, me atrevo a afirmar que el de “Paco” Silva se le asemejaba demasiado. Ambos, aunque suene como paradoja, se habían apartado del realismo, para llegar a él. (Algo que Luchino Visconti lograría mediante el lenguaje cinematográfico, tanto en “Senso” como en “Il gatopardo” y no en menor medida en “Rocco e i suoi fratelli” o “Muerte en Venecia”, o que en la literatura latinoamericana del siglo XX se acabaría definiendo como “realismo mágico”).
De “Paco” Silva aprehendí el sentido del ritmo escénico, que debe ser tan inflexiblemente exacto como en una partitura musical ejecutada por Toscanini, pero con la intensidad dramática de un Furtwangler o de un Bruno Walter.
Se dice que Reinhardt hacía lo mismo, logrando fundir el ritmo de los movimientos escénicos con la amplia utilización de los recursos musicales, lo cual hizo que sus contemporáneos le definiesen, con todo derecho, como un régisseur virtuoso, capaz de una habilidad tan múltiple y diversa que a menudo parecía ilimitada.
Reinhardt (y recuerdo que Paco también lo hacía), fue el primero en prestar atención al enorme valor de los ruidos y ligeros murmullos y comenzó a tratarlos de manera musical y rítmica. Al preparar las piezas, él mismo las componía, descontando su intensificación, su decaimiento,los momentos en que llegaban al mayor vigor, a la lenta extinción, más o menos de la manera en que se compone una sinfonía.
Otra similitud (que me tocó sufrir en carne propia), entre Max Reinhardt y “Paco” Silva, era la forma en que ambos desarrollaban el trabajo con los actores. Tanto uno (dicen) como el otro (lo viví) sabían enardecer, desesperar y entusiasmar (y Visconti gozó, tengo entendido, de las mismas arbitrarias cualidades, que por obra de su influencia, terminé aplicando hasta lograr que el ambiente actoral en pleno de fines de los sesenta me detestase con porfía).
Con “Paco” Silva y el grupo “Los pies descalzos” viví la experiencia de trabajar en las históricas carpas municipales, en Plaza Irlanda y Cabildo y Juramento (al lado de una feria), que era algo asi como recrear el trajin de los cómicos ambulantes que comandaba Lope de Rueda en la España de la Inquisición.
También con ese grupo hice teatro al aire libre, en los jardines del Museo Saavedra y en un escenario flotante amarrado a un islote, en uno de los lagos de Palermo, donde a los camarines de latón venían a visitarnos los murciélagos.
Como “el viejo oso solitario que sigue en la oscuridad del bosque su propio jadeo”, que menciona Jimmy, el protagonista de “Recordando con ira”, de Osborne, un buen día emprendí la aventura de largarme a crear mis propios proyectos, pero debo reconocer que todo cuanto logré plasmar en un ámbito escénico a partir de entonces (el uso de la luz, de la música,de los silencios y de la armonía plástica de los movimientos) lo aprendí (sin que nunca se dedicara a enseñármelo, ni a mí ni a otros) de aquel endiablado artífice llamado "Paco" Silva.
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