Arthur Hammond Harris, nacido en Bristol, Inglaterra, en 1907 y fallecido no hace mucho (en 2005) en su tierra natal, fue mucho más conocido por el seudónimo de “Christopher Fry”. Se inscribió como dramaturgo y poeta en las corrientes pacifistas y llegó a ser objetor de conciencia durante la Segunda Guerra Mundial.
Sus obras más célebres son: “Un Fénix demasiado frecuente” (1946); “La dama no es para la hoguera” (1949) y “Venus observada” (1950). Tanto su vida como su obra literaria son un ejemplo de sabiduría, sutileza, refinamiento y de una manera elevadamente irónica de afrontar aun las situaciones más dramáticas. Dicho en pocas palabras: Christopher Fry fue un genio de la palabra. Sus obras teatrales son un ejemplo de equilibrio entre la emoción lírica y la fuerza dramática; prevalece en todas ellas una atmósfera irreal y metafísica.
El crítico y también poeta Dereck Stanford escribió acerca de Fry: “En un universo mecanizado, él ha propuesto el principio del misterio... en una era de necesidades éticas, él se ha inclinado inequívocamente por el libre albedrío”.
Pese a los elevados quilates de su teatro, Fry ha sido muy poco representado en Argentina. Curiosamente fuimos Francisco Silva (mi primer gran director) y luego yo los únicos que nos hemos atrevido a estrenar a Fry en los escenarios de Buenos Aires.
En 1959 “Paco” Silva había dado a conocer “La dama no es para la hoguera” (en ejemplar traducción de León Felipe), en cuyo reparto participé haciendo el papel del Capellán y fue en 1971 que finalmente fui yo el encargado de dar a conocer “Un Fénix demasiado frecuente”, la ingeniosa comedia basada en el episodio de “La viuda de Éfeso” del “Satiricón”, de Petronio, que la insigne Delia Garcés había anunciado durante años, sin llegar a estrenarla por motivos que desconozco.
Mi puesta de “Un Fénix...” se basó en la excelente traducción de Miguel Alfredo Olivera y contó con los auspicios del Consejo Británico de Relaciones Culturales.
La profundidad humanística de los diálogos de Fry, tamizados de un permanente humor quasi macabro, no llegaron a ser captados con suficiente astucia por el público de Buenos Aires y la temporada pasó sin pena ni gloria, aunque hubo críticas favorables en general (y también de las otras).
Para mí (“un director preocupado por la vivencia de la dramática menos frecuentada”, como dijo cierta vez Emilio Stevanovich) haber llevado al conocimiento del público de Buenos Aires la obra quizás más COMPROMETIDA CON LA VIDA de este humanista cristiano que fue Christopher Fry, constituye uno de los principales motivos de orgullo de haber asumido la riesgosa tarea de dirigir obras teatrales (aparte del emocionante halago que significó el haber recibido una breve pero elocuente cartita de felicitación, escrita de puño y letra por la inolvidable Delia Garcés).
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