domingo, 28 de agosto de 2011

"LA DUQUESA DE PADUA": EL ACERCAMIENTO A VISCONTI A TRAVES DE OSCAR WILDE

«Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo qué escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse.».
Parece mentira que un hombre tan lúcido y anticipado a su tiempo como Oscar Wilde, que dejó en su literatura la más ejemplar semblanza de la estupidez y la irracionalidad de los mediocres ensañándose con el genio creador, haya tenido que arribar a tal grado de descreimiento en los valores de su obra literaria, como para dejar escrita en los últimos días de su vida la triste conclusión con que se abre este capítulo.
Al morir en París a los 46 años, tras sufir todos los oprobios imaginables, no es fácil creer que Oscar Wilde había llegado a entender el significado de la vida. Más bien es dable suponer que lo que había experimentado duramente en carne propia, había sido la negación de la vida, por parte de los que no son capaces de aceptar otras formas de vida que no encajen en la diminuta cajita de sus cerriles preconceptos.
Al inicio de la década del 70 (coincidente con mi arribo a la “madurez” de los 30 años), yo me sentía dispuesto a atreverme con Oscar Wilde, al que venía leyendo asiduamente desde los albores de la adolescencia.
Mi intención inicial fue la de montar “Salomé”, acicateado por la alteración que me producía escuchar la hirviente versión operística de Richard Strauss. No pudo ser, porque los empresarios se negaron a autorizarme a que no sólo la protagonista sino también el actor que habría de representar a Juan el Bautista, apareciesen totalmente desnudos en la escena de la cisterna.
Apelé en su defecto a otro título de Wilde: “La duquesa de Padua”, esta vez llevado por mi antigua fascinación respecto del film “Senso”, de Luchino Visconti, cuya trama se asemejaba bastante a la de “La duquesa”, aunque transcurriesen en distintas épocas.
Al igual que en “Senso”, la protagonista de “La duquesa de Padua” terminaba enloqueciendo, a raiz de haber delatado al amante desertor, que ella misma había arrastrado a su lecho conyugal y al abandono de sus deberes de soldado.
Un melodrama romántico de ribetes shakespereanos, con todas las de la ley. Fue un montaje digno, sobrio, con cierto clima de ópera ochocentista, sobre todo en la escena de la locura de la heroína, de notorio parecido con la “Lucía di Lammermoor”, de Gaetano Donizetti, como se puede apreciar en la primera de las fotos que siguen:

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