lunes, 22 de agosto de 2011

EL ENCUENTRO CON YOEL NOVOA Y LA TRISTE HISTORIA DE PABLO, EL DERROTADO

Al llegar a Nuevo Teatro en 1965 había observado una seie de anuncios de obras que pensaban hacerse y que nunca se hicieron. Entre esas estaba “Historia de Pablo”, de Césare Pavese.
Pavese se había suicidado en 1950 en Turín, a los 42 años, tras poner punto final a su diario titulado “El oficio de vivir”, que fue por muchísimos años mi libro de cabecera. Sus escritos antifascistas lo habían conducido a la cárcel en 1935. A lo largo de su breve vida Pavese había tratado de vencer su soledad interior, que veía como una condena y a la vez como una vocación (condiciones estas de absoluta coincidencia con mi propio “oficio de vivir”).
Consulté con Alejandra Boero, quien me confesó que “Historia de Pablo” nunca ingresaría al repertorio de Nuevo Teatro, porque su final era derrotista y que por lo tanto quedaba en libertad de hacerla. En efecto: la narración concluía con el inicio de la guerra civil española, que marcaría finalmente el triunfo de las fuerzas franquistas en 1939.
No era, en realidad, una obra estrictamente teatral sino más bien una suerte de guión cinematográfico, con multiplicidad de escenas en distintos lugares de Italia: los suburbios de Turín; las costas de Génova frente al mar; la populosa ciudad de Roma y las tenebrosas cárceles del fascio, en los sótanos del Castel Sant'Angelo.
Pavese nunca había escrito para el teatro, pero varios años después de su muerte Sergio Velitti, hijo de la actriz Diana Torrieri, había adaptado su novela “Il compagno” (El compañero), respetando con total fidelidad los acontecimientos que Pavese narraba en esa melancólica historia de un adolescente de Turín (quizás él mismo, tal vez...) llamado Paolo, pero a quien los amigos del café llamaban “Pablo”, porque andaba siempre a cuestas con su guitarra española.
Cuando el amigo subversivo de Pablo, Amelio, tenía un accidente con su motocicleta y quedaba inválido, Pablo conocía los primeros estremecimientos de la sexualidad y el amor en los brazos de Linda, que había sido novia de Amelio pero un buen día lo abandonaba también a él por Lubrani, un viejo proxeneta que le prometía llevarla a París, aunque no haría otra cosa más que obligarla a prostituirse en los arrabales de Roma.
Una historia de encuentros y desencuentros; de ternuras pasajeras (como el amor de Gina, la viuda de la bicicletería, mucho mayor que Pablo); de fugaces arrebatos sexuales con la vagabunda Lilí, que cantaba “Ramona” mientras se tomaba una tras otra las botellas de “sttregha”, hasta el descubrimiento de la política a través de Gino Scarpa, el intelectual de izquierda que en charlas nocturnas, antes de huir hacia la frontera suiza, procuraba inculcar a Pablo sus ideales; ideales que Pablo trataría de llevar a la práctica, juntándose con los subversivos que comandaba Carletto, el jorobado, pero que lo arrastrarían a la detención y la tortura en las cárceles del fascio.
En la breve escena final Pablo, derrotado, se despedía de Gina, la rubia de la bicicletería, con este breve diálogo:
Pablo: Mira, Gina, qué hermoso sol...hacía tanto que no lo veía...
Gina: Hay un sol así, en Turín...?
Pablo: Ya lo verás, cuando vengas a visitarme. Verás también a mi madre. Tengo una hermana, que se llama Carlotina. Verás también a Amelio. Él es mi amigo; fue el primero en enseñarme cosas...lástima que yo no lo entendía...
Cuando el silbato de la locomotora anunciaba la partida del tren, las luces del escenario se apagaban de a poco, dejando solo a Pablo en el proscenio, muy cerca del público, que en voz muy baja murmuraba: “Cuando llegué a Turín, hacía dos días que Amelio había muerto. De la cárcel al cementerio lo llevaron de noche. Los diarios de la mañana no hablaban de él. Hablaban de España, que estaba perdida...”.
Monté “Historia de Pablo” a fines de 1967, en un espacio escénico no convencional, que favorecía el tratamiento cinematográfico de las escenas: el Teatro del Altillo, en Florida y Viamonte. No tuvo éxito y las críticas fueron regulares. Nada de eso me importó. Para mí fue (y seguirá siendo mientras viva), el espectáculo más bello, sugerente, realista, testimonial, que logré plasmar como director teatral, a mis 27 años.
Dentro del numeroso elenco de actores profesionales, se destacaba la presencia de Yoel Novoa encarnando a Pablo. Yoel no era actor; me lo habían traído de los “happening” del Instituto Di Tella; era un energúmeno desaliñado, intratable, huraño, enojado con el mundo y consigo mismo, pero logré que FUERA PABLO y ni el más grande actor del mundo hubiera podido superarlo en autenticidad y entrega.
Cuando “Historia de Pablo” bajó de cartel, a los pocos meses, no volví a verlo por espacio de casi cuarenta años. Una tarde, buscando ejemplares de Misterix en una librería de viejo de la calle Bartolomé Mitre, se me acercó un señor canoso que me dijo: “Vos sos Ariel; te descubrí por la sonrisa”. Mientras nos abrazábamos le dije bajite al oído: “Has cambiado mucho...pero seguís siendo Pablo”.
Las fotos que insertaré a continuación muestran a Yoel Novoa representando “Historia de Pablo” y quien acceda a este Blog coincidirá conmigo en que él, no siendo actor, de veras ERA PABLO.






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