sábado, 20 de agosto de 2011

MIS AÑOS DE DEDICACION AL TEATRO ITALIANO






De arriba hacia abajo, las fotos corresponden a mis puestas en escena de “LA CASA SOBRE EL AGUA” (1959) y “EL JUGADOR”, de Ugo Betti (1964); “HISTORIA DE PABLO”, de Césare Pavese (1967); “LA ARIALDA”, de Giovanni Testori (1968) y “LA LOBA”, de Giovanni Verga (1969).
Ya fuese a causa de mi amor por el cine italiano de Luchino Visconti, Vittorio de Sica o Luiggi Zampa...o a causa de mi otro incondicional amor por la ópera, por Verdi, Puccini, Mascagni, Bellini, Donizetti, Leoncavallo... lo cierto es que mis primeros trabajos de dirección apuntaron a autores peninsulares cuya fisonomía dramática, por algún resorte psicológico que nunca pude descifrar, daba respuestas o sumaba interrogantes a mis desasosiegos de juventud.
Así fue como con 19 años monté “LA CASA SOBRE EL AGUA”, de Ugo Betti en 1959 y también de él su lacerante drama “EL JUGADOR”, en 1964. Ya un poco más adulto, aunque siempre y permanentemente desconcertado, tuve oportunidad de abordar la cinematográfica versión hecha por Sergio Velitti (hijo de Diana Torrieri), de la melancólica novela de Césare Pavese sobre las primeras experiencias sexuales, amatorias y políticas de un adolescente de Turín en la Italia fascista, titulada “Il compagno” (El compañero). Sigo pensando hoy, a los 71, que fue la historia del jóven Paolo, a quien llamaban Pablo, en español, porque tocaba la guitarra, el más logrado trabajo de dirección actoral y escénica de toda mi vida.
En 1968 tuve el desafío de plasmar “LA ARIALDA”, del por entonces jóven dramaturgo italiano Giovanni Testori, que Luchino Visconti había estrenado dos años antes, terminando la velada del debut en un calabozo de Milán junto con toda la compañía, por desafiar a la rígida censura con escenas de alto contenido erótico (y también político).
Mi puesta de “La Arialda” logró críticas desmesuradas, al punto que Juan Arias llegó a decir en su reseña que “marcaba puntos de referencia altos, solitarios y aleccionadores para todo lo que se hiciese de allí en más en los escenarios de Buenos Aires”. Al cierre de la temporada obtuvo el premio como mejor espectáculo del año.
Por último, en 1969, acudí a Giovanni Verga (autor del libreto de “Cavallería rusticana”, de Mascagni), un truculento drama rural de ribetes operísticos, que por entonces se hallaba representando una ya declinante Anna Magnani en el Teatro de las Naciones de París, bajo la dirección de Franco Zeffirelli.
En sucesivas entradas de este Blog me referiré en detalle a cada uno de estos montajes, porque creo que merecen ser transmitidos a los jóvenes directores de hoy.

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