lunes, 23 de enero de 2012

LA "IDEA FIJA" DEL REPERTORIO

PORTADA DEL PROGRAMA DE MANO DEL "TEATRO 35" - TEMPORADA 1968

Corría el año 1961 y la calle Corrientes, entre el Obelisco y Callao, era un hervidero de jóvenes que buscábamos un lugar dentro del enorme movimiento de teatros independientes, que convocaba desde varias décadas atrás a una corriente de público ávida de conocer autores y obras que los teatros profesionales no se atrevían o directamente no les interesaba representar.
En el “35”, la pequeña y elegante sala de Callao 435, en la que Alberto Rodríguez Muñoz había estrenado “La gaviota”, de Chéjov en la década del cincuenta y Daniel de Alvarado había dictado “cátedra de actuación” desde el escenario circular, a nivel del piso, en “El abismo”, de Silvio Giovaninetti, se ensayaba a toda máquina el ambicioso proyecto de montar “Lástima que sea una perdida”, del isabelino John Ford (ver capítulo de este Blog del viernes 13 de enero ppdo.), y dentro del numerosísimo elenco estábamos Norberto Suárez y yo, rondando apenas los 20 años ambos. Yo tenía a mi cargo el rol de Bergetto (el único personaje cómico dentro del drama) y Norberto iba a ser mi criado Poggio, con apenas unas pocas líneas de diálogo.
Sin que nunca llegásemos a ser realmente amigos, compartíamos Norberto y yo una suerte de “camaradería en soledad” en medio de ese marasmo de seres carnavalescos que conformaba el mundo interno de “La perdida” (como se la llamó finalmente en los corrillos de los demás teatros).
A diario, antes de los ensayos que solían comenzar a eso de las ocho de la noche y una vez terminados estos, ya entrada la madrugada, Norberto y yo recalábamos en un bar de Corrientes al 1600 (el Metrópolis) que estaba justo al lado del Teatro Presidente Alvear. Era entonces cuando entrábamos en discusiones interminables sobre cómo debía encararse una carrera teatral.
Él, confiado en el aval que le proporcionaba su bellísimo rostro, su figura de adolescente casi tan irreal como el Tadzio de “Muerte en Venecia”, pretendía llegar al estrellato y saltar a la fama desde la portada de Radiolandia, lo que consiguió en poco tiempo, trabajando en cine a las órdenes de directores como Leopoldo Torre Nilsson o Daniel Tinayre y en la televisión en programas de tanta notoriedad como “El amor tiene cara de mujer” o “Papá corazón”.
En mi caso, mucho menos favorecido por la suerte en cuanto a condiciones físicas, mi futuro derrotero se encaminaba hacia el teatro de compromiso social (de hecho, cuatro años más tarde ingresaría a formar parte de las trincheras combativas de “Nuevo Teatro”, a la vera de Asquini y de Alejandra Boero), y fundamentalmente, hacia la práctica del TEATRO DE REPERTORIO.
Mi “idea fija” (por decirlo de alguna manera) era lograr con una compañía estable lo que Jean Louis Barrault y Madeleine Renaud hacían habitualmente desde su sede en París o viajando en giras por todo el mundo: el “REPERTORIO EN ALTERNANCIA”.
Mi meta era lograr algún día como director teatral la concreción de un REPERTORIO como el que la Compañía Renaud-Barrault podía ofrecer (por ejemplo) en cualquiera de sus temporadas: “El zapato de raso”, de Claudel; “La Orestíada”, de Esquilo; “Ocúpate de Amelia”, de Feydeau o “Rinoceronte”, de Ioncesco...EN UNA MISMA SEMANA...!!!.
Siete años después de aquel 1961 colmado de incertidumbres, nebulosos proyectos y encarnizadas discusiones (no sólo con Norbertito Suárez sino con unos cuantos más integrantes de aquella “farándula en gestación”, que éramos los iniciados de comienzos de la década del sesenta), yo lograba concretar un REPERTORIO, a lo largo de toda la temporada 1968 del Teatro “35”.
Nada menos que SEIS títulos de enjundia, todos de alto compromiso estético y conceptual, que habían surgido de mi fanea de director, a mis 28 años: “EURÍDICE”, de Jean Anouilh; “LA ARIALDA”, de Giovanni Testori; “MAGIA ROJA”, de Michel de Ghelderode; “JEAN DE LA LUNE”, de Marcel Achard; “LUCRECIA BORGIA”, de Victor Hugo y “LA LOBA”, de Giovanni Verga.
Desde luego, no se hicieron “EN ALTERNANCIA” (algo imposible en un teatro de empresa, como era el “35”) ni mucho menos con el mismo elenco. Pero logré que Francisco Maza Leiva, en el Semanario Teatral del Aire y en la Revista Talía (ambos productos del venerable Emilio A. Stevanovich), destacara el mérito de “UNA LABOR A NIVEL DE REPERTORIO, ALGO INFRECUENTE EN UNA CIUDAD TAN COSMOPOLITA TEATRALMENTE HABLANDO COMO BUENOS AIRES”.
Al promediar 1962, Norberto Suárez abandonó “Lástima que sea una perdida” para irse a trabajar al Teatro San Martín. Nunca más nos volvimos a ver, porque nuestras “carreras” siguieron por rumbos muy diferentes. En mi caso, quedó preservado el recuerdo de aquellas interminables discusiones en las tardes y las trasnoches del Metrópolis, que fueron lo distintivo de una camaradería no vulnerada por otros intereses más que el desvelo común frente a un futuro “artístico” que apenas avizorábamos, cuya proximidad inminente nos hermanaba en la incertidumbre y a la vez nos iba a distanciar irremediablemente no bien comenzara a cumplirse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario