jueves, 29 de diciembre de 2011

DORA FERREIRO: NINGÚN ADIÓS...SÓLO "HASTA LUEGO"

DORA FERREIRO EN "LA ARIALDA" (1968)

Ayer, 28 de diciembre, me enteré por amigos con los que estaba reunido aquí, en Mar del Plata, donde vivo hace ya más de tres años, que el 7 de este mes había fallecido Dora Ferreiro. De chico, cuando escuchaba en los veranos el Radioteatro Palmolive del Aire, por Radio El Mundo, era ella quien formaba pareja con Eduardo Rudi en reemplazo de Celia Juárez, la titular durante el invierno. Secretamente, yo rogaba que la Juárez nunca volviera, porque la voz de Dorita, cálida pero natural, tan creible como la de alguien querido que acaricia nuestros oidos, me parecía insustituible. En 1959, cuando Francisco Silva estrenó en una carpa de Belgrano, a una cuadra de Cabildo y Juramento, esa gran tragedia moderna, ciudana, esa tragedia de arrabal que es “Narcisa Garay, mujer para llorar”, de Juan Carlos Ghiano, yo -con apenas 19 años-, era el asistente del director. Dorita tenía a su cargo el segundo papel en importancia, junto a la protagonista que era Hilda Suárez. Allí pude conocerla de cerca; comprobar su sencillez personal, su coraje escénico, su mal disimulada ternura...
Nueve años después, cuando en 1968 me convocaron para dirigir “La Arialda”, el tremendo drama neorrealista de Giovanni Testori que acababa de poner en escena en Milán Luchino Visconti, Dora Ferreiro ya estaba designada por los productores del espectáculo para encarnar a la protagonista, por primera vez en su larga carrera al frente, “a la cabeza” como se suele decir, de un numeroso elenco profesional, entre los que estaban Osvaldo Brandi, Fedel Després, Héctor Nicotra, Norma López Monet, Claudio García Satur, Valeria D'Ascoli, Carlos Luzzieti y Arnaldo André.
En otro capítulo de este Blog (el del viernes 26 de agosto de 2011) cuento con lujo de detalles lo que fue ese estreno de “La Arialda” en Buenos Aires y mi trabajo junto a Dora Ferreiro, luchando ambos a brazo partido contra un riesgo crucial: el de una obra que no admitía términos medios, que podía ser un logro absoluto o el más estruendoso fracaso.
Ambos, Dora Ferreiro y yo, salimos no sólo airosos, sino triunfantes. Las críticas nos prodigaron todo tipo de elogios casi desmesurados. Para ella fue el espaldarazo tardío pero definitivo al cabo de una larguísima pero “modesta” carrera (como se atrevió a decir un crítico imprudente). Para mí, jóven director de 28 años, “La Arialda” fue una suerte de “ilusoria consagración”, que seguramente a sabiendas no me interesó aprovechar.
Lo cierto es que después de “La Arialda” Dorita y yo no volvimos a trabajar juntos y ni siquiera a vernos por espacio de 40 años. Un día, en que le hacían un homenaje en el Hotel Bauen, cuando ya ella había cumplido los 90 y yo hacía unos veinte años que me había retirado de la vida teatral, tras el lamentable cierre del Teatro de la Universidad de Buenos Aires, acudí con mucho temor a su encuentro. Ella me reconoció enseguida y me estrechó entre sus brazos, mientras entre sollozos me decía: “Arielito, La Arialda fue todo mérito tuyo”. Qué va...!!!. Quién si no ella hubiera podido aportarle semejante dosis de Humanidad al personaje...
Fueron a partir de ese día muchas las tardes en que me reuní con Dorita y con su entrañable esposo, el nadador Daniel Carpio, en su cálido departamento de la avenida Pueyrredón. Parecía como que el tiempo no hubiese transcurrido; hablábamos de “La Arialda” como si todavía la estuviésemos ensayando, con tanto miedo, con tanta pasión, con tanto coraje...
El día en que, casi sin titubeos, decidí abandonar Buenos Aires para siempre y venirme a vivir a Mar del Plata (marzo de 2008), Dora me dijo desconsolada: “Me vas a abandonar, Ariel...”.
Y sí, la abandoné; cobardemente, la abandoné. Tenía quizás miedo de estar presente, a su lado, a la hora de su partida. La llamé por teléfono al día siguiente de mi mudanza a Mar del Plata y le prometí que la seguiría llamando. Nunca lo hice. Ni siquiera cuando me enteré de la muerte de Daniel, su esposo, a los 99 años.
Ahora Dorita ya no está. Lo supe ayer por la tarde. Me queda sólo una filmación que le hice en su casa, contando recuerdos de cuando trabajaba en la radio con Armando Discépolo o cuando había hecho teatro con Tita Merello. De “La Arialda” sólo me quedan algunas fotos, las que he puesto en este Blog; las críticas, todas tan elogiosas, las tiré a la basura hace mucho. La opinión de los críticos, buena, regular o decididamente mala, es letra escrita en el agua; no tiene valor más allá del ratito de alegrón o de bronca cuando nos toca leerla.
Revisando hace un rato las notas periodísticas que dieron cuenta de su fallecimiento (que se me pasó porque ya no me interesa leer los diarios), compruebo que ninguna hace mención de “La Arialda” ni de mi nombre. No importa. Dorita y yo, Ariel Quiroga, ahora sí que estamos definitivamente juntos, inseparables por toda la eternidad.

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