Para los que nos iniciábamos en la vida de teatro a mediados de los años cincuenta, en medio de la vorágine contestataria del movimiento independiente, el compromiso fue claro de entrada: DESPLAZAR A LOS MANEJOS COMERCIALES DE LA RESPONSABILIDAD DE FORMAR NUESTRA CULTURA. Este Blog está destinado a narrar cómo llevé adelante mi compromiso con el teatro y también con la vida.
sábado, 26 de mayo de 2012
RECUERDOS DE UN DINOSAURIO
Cuando yo empecé en el teatro (en los elencos vocacionales de barrio, en 1956), tenía apenas dieciséis años y todos mis compañeros (los que me enseñaron a “decodificar” a Stanislavski o a admirar a los ídolos de la pantalla: Vivien Leigh, Marlon Brando, Simone Signoret, Cherkasov, Olivier...), tenían por entonces unos ocho o diez años más que yo. Con el tiempo, mi “carrera” se encaminó hacia los teatros independientes “del centro”: “Los pies descalzos”; el T.A.F.; Nuevo Teatro y aquellos primeros compañeros del Club Bristol de la calle Chiclana o del salón Reducci Guerra, en Constitución, se fueron desdibujando como presencias, aunque sus nombres todavía me suenan como familiares: María Luz Bongiorno, Martha Decristófalo, Francisco Cardillo, José Rafael Álvarez, los hermanos Lucho y Jorge Soto, Osvaldo Muñiz, Alberto Gutiérrez, Teresa Anatijkzuk, Luis María Fariña, las hermanas Elena y Beatriz Ghiglione... Esta última suele llamar al programa que yo escucho desdee hace añares todos los sábados a la noche, por Radio Cultura: el “Ópera Club”, y me emociona mucho saber que vive y además es amante de la ópera, como yo. Los demás...?. Probablemente (me duele sospecharlo y estar casi seguro), o tienen más de noventa o deben andar de gira por vaya a saberse qué teatritos de morondanga de alguna otra dimensión en el espacio...
Un buen día (finales de la década del sesenta) yo ya era un director teatral reconocido, alabado con asiduidad por algunos críticos; destripado y quemado en la hoguera con la misma asiduidad por otros... Lo cierto que (como sentenció alguna vez el ocurrente Luis Fischer Quintana), “el actor o la actriz que no han estado nunca a las órdenes de Ariel Quiroga es porque no nacieron todavía”.
En efecto: trabajé con muchísima gente del ambiente teatral de Buenos Aires. Algunos nombres se me aparecen de inmediato en el recuerdo; otros, vaya a saberse por qué, son más esquivos, aunque sí tengo a mano los rostros, los gestos, las palabras... Lilian Riera, Héctor Sandro, Julián Cairol, Saida Borghi, Jorge Nicolini, Mario Labardén, Dora Mills, Andrea Ducasse, Roberto Ponte, Juan Carlos Ávila, Nino Tcheivilli, Claudia Lapacó, Eduardo Nóbili, Carlos di Pascal, Orlando Tocce, Nereo Crespo, María Inés Maderal, Norberto Suárez, Michelle Bonnefoux, Amanda Beitía, Alicia Berdaxagar, Leopoldo Verona, Enzo Bai, Hilda Suárez, Ethel Medina, Laura Saniez, Ovidio Fuentes, Edelma Rosso, Estela Molly, Élida Marletta, Marisol Salgado, Marta Monjardín, Inés Montana, Oscar Bon, Raúl Acevedo, Eduardo Sánchez Torel, Sabina Olmos, Andrés Percivale, Elena Cánepa, Rodolfo Bebán, María Maristany, Eduardo Gualdi...
Luego vinieron los años de Nuevo Teatro, junto a Asquini y la Boero, donde la camaradería se multiplicó por cientos: el negro Costa, el “Chucho” Alcalde, Lila di Palma, Berta Romano, Américo Chandía, Élida Mauro, el “flaco” Alterio, Beatriz Grosso, Derli Prada, Lucrecia Capello, Rubens Correa, Virgilio Caldi, Inés Leroux, Enrique Pinti, Walter Soubrié, Domingo Basile, Adriana Faide, Norma Merlo, Carlos Alberto Gaud, Emiliano Vázquez, Orlando Castiglione, Norberto Pagani, Rubén Viera, tantos y tantos más...
Durante los seis años en que fui director de casi todos los espectáculos que se hicieron en el histórico Teatro 35, de Callao y Corrientes, desfilaron por mis elencos, en obras que realmente significaron mucho como aporte a la cultura dramática del país, (me refiero a “El viaje”, de Schehadé; “La Arialda”, de Testori; “El profanador”, de Maulnier; “Magia roja” de Ghelderode o “Historia de Pablo”, de Pavese, entre unas cuantas más), una pléyade de actrices y actores verdaderamente dignos de ser tenidos en cuenta en esas memorias que de tanto en tanto alguien se ocupa de publicar en un “aristocrático” diario de Buenos Aires. Estoy en condiciones de citarlos a todos...? No, ni por asomo...! Intentaré hacerlo con la mayor honestidad posible, se hayan portado bien o mal conmigo en su momento, hasta donde la memoria me responda: Dora Ferreiro,Velia Chaves, Yoel Novoa, Alejandro Duncan, Celia Caracciolo, Mario Natale, Gabriela Schoo, Noemí Dimant, Jorge Sassi, Héctor Nicotra, Carlos Luzietti, Osvaldo Brandi, Patrick Audrás, Juan Carlos Vargas, Tilde Zulé, Claudio García Satur, Carlos Chapperón, Alicia Lanusse, Alicia Quintas, Carlos Alberto Álvarez, Jorge Massip, Edgardo Sarel, Juan Carlos Posik, José María López, Elsa Dosseti, Martha Villalba, María Elena Riobóo, Julio Gaymar, Juan Antonio Tríbulo, Miguel Angel Tarditti, Marta Esviza, Oscar Ciccone, Carlos Gascón, Arnaldo André, Emilia Pozzuoli, Antonio Gasalla, Marcos José, Edda Díaz, Mabel Farb, Pura Asorey, Fernando de la Riestra, Mirta Moreno, Ernesto Pérez Re, Carlos Salinas, Angelina Renni, Susana Socino, Haydee Jijón, Romualdo Albás, Estela Burgos, Carlos Leiva, Bruno Gabino, Juan Scarsi, Carmen Caparrós, Eduardo Cícari, Noemí Monfort, Marcelo Cober, Roque Etchepare, Horacio Estévez, Dido Stella, Oscar Pedraza, Josefina Boneo, Jorge López Pondal, Margarita Ruiz, Miguel Herrera, Pedro Marbán, Fedel Després, Norma López Monet, Roberto Fiore, Helén Aslán, José María Amorín, Celia Camus, Hugo Ríos, Juan Carlos Alsina, Dina Corolenco, Manuel Cruz, Nora Blay, Sergio Fabiano, Néstor Achával, Mauricio Monner, Ricardo Rossini, Antonio Ippólito, Marian Quintana, Rolando Alvar, Héctor Fernández Rubio, Carlos Lanari...
Me detengo en este último nombre: Carlos Lanari. Hace muy poco me enteré de casualidad que había fallecido en octubre de 2011. Cuántos más de los que acabo de nombrar, también han partido de gira, antes que él...?. No hay manera de averiguarlo. Pese al gigantesco “océano sin fondo” que es la internet, no hay un sitio donde se pueda pedir el nombre de un actor o un director o un escenógrafo argentino y saber con certeza si está vivo o muerto. Años atrás busqué saber algo de un director teatral, Eduardo Vega, que en una época fue muy famoso por poner en escena obras con grandes luminarias del espectáculo (Susana Giménez, los galanes de los años 70 u 80 en las temporadas veraniegas marplatenses y, sobre todo, las primeras versiones de “La jaula de las locas” y “Boeing, Boeing”, con Ernesto Bianco, Osvaldo Miranda y Nelly Beltrán). Lo único que logré saber (a medias) es que Eduardo Vega había fallecido. Cuándo...? Ni idea. En mi Blog sobre el TEATRO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES (www.arilquirogatuba.blogspot.com), en el mes de abril de 2010, hay un reportaje que Eduardo Vega, por entonces funcionario de la U.B.A., me hizo en el año 1981 ó 1982, por LRA Radio Nacional. Tengo su voz, su cálida, autorizada voz de viejo hombre de teatro... pero no he podido saber cuándo murió.
Importa, en realidad...?. Yo, Ariel Quiroga, estoy vivo todavía. En agosto (vaya a saberse...) cumpliré 72 años. Hace mucho que dejé el teatro. De alguna manera soy un sobreviviente, un dinosaurio “vivo” (como el de la Giménez), sencillamente porque empecé muy jóven en la actividad teatrera y porque quienes me rodeaban eran, por lo general, bastante mayores.
Entre tantos recuerdos acumulados, está el de una voz, una presencia, que me siguen subyugando con su misterio, su magnetismo, su autoridad: es el recuerdo de Andrea Ducasse, con quien trabajé allá por 1958, en las Carpas Municipales, haciendo yo un papelito mudo en “Cecilia o La escuela de los padres”, de Anouilh. Ella era la criada Araminta, y danzaba en un momento, en un jardín nocturno, al compás del segundo movimiento del Concierto para flauta y arpa de Mozart. Andrea Ducasse... ella también murió (creo estar seguro), pero jamás sabré cuándo. Su foto ha de encabezar este capítulo, como homenaje a todos aquellos con quienes compartí los escenarios y el portentoso caudal de vida que sobre ellos nace y muere cada noche. Vidas de ficción y muertes de ficción, que son más bellas e inmortales que la vida y la muerte de todos los días, en la rutina de las calles y las oficinas.
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